Monday, August 11, 2008
My Take on The Death Penalty and the Medellin Case
Comparto aquí una breve editorial que publiqué en Rumbo el viernes pasado a propósito de la ejecución de José Ernesto Medellín el pasado 5 de agosto en Huntsville, Texas. Durante varios años, Medellín se convirtió en el caso más visible de la campaña que entabló el gobierno de México ante instancias internacionales por hacer valer los derechos consulares de sus nacionales, consagrados en la Convención de Viena, de la cual es firmante Estados Unidos. Más sobre las repercusiones legales internacionales del caso Medellín, aquí.
Esta es la editorial:
Pérdida total
Deseo profundamente nunca verme en la piel de los involucrados en el caso de José Ernesto Medellín, quien fue ejecutado el 5 de agosto por su participación en el asesinato de dos jovencitas de Houston en 1993 como parte de un rito de iniciación a una pandilla llevado a cabo por él y otros jóvenes, incluido uno de sus hermanos.
Soy un convencido de que la pena de muerte apela sólo al concepto de justicia más primario, uno que no nos separa del resto de los animales, y no logro entender que alguien pueda sentirse aliviado al ver morir al victimario de un ser querido. Pero soy padre y no sé, ni quiero nunca saberlo, cuán insaciable sería mi sed de venganza si alguien tomara la vida de un hijo como hicieron Medellín y compañía con dos niñas de 14 y 16 años.
Como sociedad, empero, sólo perdemos si dejamos que los instintos nos gobiernen.
Al mismo tiempo, en el caso de Medellín el gobierno mexicano emprendió una ardua, pero complicada y cuestionable, defensa ante las cortes internacionales por los derechos consulares de sus ciudadanos teniendo como caso más visible precisamente a Medellín, quien cometió un crimen indefendible.
Por lo demás, como han expresado muchas otras voces, soy un convencido de que el gobierno de México debería comenzar por hacer respetar las garantías constitucionales de sus ciudadanos en su territorio, asolado como nunca por la violencia y la violación sistemática de los derechos humanos.
Esta es la editorial:
Pérdida total
Deseo profundamente nunca verme en la piel de los involucrados en el caso de José Ernesto Medellín, quien fue ejecutado el 5 de agosto por su participación en el asesinato de dos jovencitas de Houston en 1993 como parte de un rito de iniciación a una pandilla llevado a cabo por él y otros jóvenes, incluido uno de sus hermanos.
Soy un convencido de que la pena de muerte apela sólo al concepto de justicia más primario, uno que no nos separa del resto de los animales, y no logro entender que alguien pueda sentirse aliviado al ver morir al victimario de un ser querido. Pero soy padre y no sé, ni quiero nunca saberlo, cuán insaciable sería mi sed de venganza si alguien tomara la vida de un hijo como hicieron Medellín y compañía con dos niñas de 14 y 16 años.
Como sociedad, empero, sólo perdemos si dejamos que los instintos nos gobiernen.
Al mismo tiempo, en el caso de Medellín el gobierno mexicano emprendió una ardua, pero complicada y cuestionable, defensa ante las cortes internacionales por los derechos consulares de sus ciudadanos teniendo como caso más visible precisamente a Medellín, quien cometió un crimen indefendible.
Por lo demás, como han expresado muchas otras voces, soy un convencido de que el gobierno de México debería comenzar por hacer respetar las garantías constitucionales de sus ciudadanos en su territorio, asolado como nunca por la violencia y la violación sistemática de los derechos humanos.
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