Friday, September 26, 2008

Horror. Selfish

I've spent the last ten days without paying attention to the news. Almost any kind of news. I am a journalist, yes. I am. But I'm spending one year in this bubble called Stanford University and, here, reality is a place so distant it is hard to believe. Of course everyone here is super smart and everyone here is doing some thoughtful, brilliant, innovative research on any of one of zillion problems we as humans are facing as one race. But nothing happens here. Problem wise, conflict wise. We're safe here, thinking, reading on how to save the world while the world out there is falling out in tiny little pieces.

From time to time I keep an ear on the gossip side of news. El chisme siempre es el chisme. And today my fellow fellows and I are getting ready for tonight's debate between Obama and McCain. And we all chit-chat about this interview Katie Couric made to Sarah Palin, and this other blog post this super-clever girl wrote on Palin (who else?) in the New York Times, and oh, yes, every morning, while I drive my kids to school, I get goosebumps while listening to the news of the foreclosure crisis in Wall Street on NPR. U.S. business is bad these days, I mean, b.a.d. Del carajo.


Yeah, Palin. For a change.

But those eight people dead last week in Morelia are not in the news I'm consuming these days. They're not part of the conversations I run into every day. In the reality I live in, they don't exist. And I might not go too far if I say this is the reality I've chosen to live in.

This morning I had the chance to read El Universal. Read that the attackers warned the authorities fifteen days before the attack. Read that the Governor of Michoacan, Leonel Godoy, downplayed that fact, stating that the threats made only reference to the Militar parade on September 16th., but did not mention anything regarding the previous night, la noche del Grito, the actual moment of the attack.

Nothing new for me. But I also read this piece written by the Mexican actor Gael Garcia Bernal, where he shares his sorrow for not being there, in Mexico, while his family and friends have to cope with the surge of violence that's engulfing his/my country. He almost feels guilty for having the privilege of being afar, violence free.

Yeah, I felt the same way... ten years ago. Every time I would come back to my preppy house in Lomas de Tecamachalco after spending days in some jodido place in rural Mexico reporting and writing stories on how this ludicrous gap between the rich and the poor in Mexico would generate desperation and helplessness in so many people, I would feel guilty as hell. It was crystal clear the unfairness of everything for me back then. It is crystal clear even today. But I grew tired of living in that status quo every day. I packed my stuff, took my chamacos by the hand, my mujer, and we headed West --just like the Okies would do in the thirties, as portrayed by Steinbeck in the Grapes of Wrath, dreaming of a place full of life and opportunities to better the lot in California this time around.

I feel the pain. Oh, yes. I do. But I know it would be even more painful if I'd still live there. 'Cause either that, the community where all this horror is taking place, is helpless to undo, hand in hand, this path to hell, or myself, unable to overcome my fear, my frustration. Or my selfishness.

Tuesday, September 16, 2008

El giro irrevocable

Lo primero que pensé esta mañana, cuando me enteré del atentado con granadas ocurrido anoche (15 de septiembre) durante los festejos de la Independencia mexicana en Morelia y que ha dejado (hasta este momento) ocho muertos y decenas de heridos fue: ¿ahora sí comenzará la gente en México a poner atención a lo que está pasando?

Cuando me refiero a "la gente en México", quiero decir la gente que conozco, la que tiene cuenta en Facebook--Mexicans are Facebook junkies--, la que habita esa parte del país donde se toman las decisiones, la que no para de repetir(me), cada vez que se habla sobre la creciente y aparentemente irrefrenable ola de violencia que asola al país, que "eso es nada más es un desmadre entre narcos; todo lo demás está tranquilo". La gente bien, pues.

Los ocho muertos de ayer noche tienen algo de espeluznantemente inédito en esta vorágine sangrienta que asfixia al país en el que nací, del que me marché hace siete años y al que no tengo intenciones de volver. Son víctimas civiles, gente común y corriente que había ido al zócalo de la capital michoacana a oír el grito de Independencia como cada año, a divertirse y pasar un buen rato. Cualquiera de nosotros pudimos haber estado ahí.

Amigos periodistas que han cubierto todo tipo de guerras, incluidas ocupaciones y guerras civiles, suelen coincidir en su asombro ante la supervivencia de la rutina cotidiana aun en las circunstancias más extremas. En un rincón de Bagdad o de Beirut pueden estar cayendo las bombas, y a tres cuadras de ahí puede haber gente tomando el café/te de la tarde o mirando la telenovela de moda; una que, muy probablemente, sea de manufactura mexicana, para más inri.

Lo mismo puede estar pasando en México, quiero pensar. Pero cuando hablo con mis amigos sobre lo que está pasando allá presiento más negación por el descarrilamiento del país que determinación para seguir adelante con sus vidas. Tengo la sensación de que no quieren que les importe. Tal vez porque si comienzan a pensar en ello, no podrán parar y seguir adelante con la vida en un territorio sin ley puede ser insoportable. O tal vez no piensan en ello porque en realidad no les importa, porque ellos están a salvo, detrás de cristales blindados y la permanencia de un sistema de castas determinado por una mezcla complicada de raza, dinero y muchos complejos derivados del choque de indios y españoles hace cinco siglos; una asignatura que aún no hemos aprobado.

Ayer el derramamiento de sangre dio un giro irrevocable, y me pregunto si hoy esa gente, la que conozco, la gente bien, ha comenzado a preguntarse si debería comenzar a poner atención. Pero temo, y mucho, que esta vez el argumento para mostrar desinterés, para seguir alimentando la negación, sea decir que los ocho muertos (cuando esto escribo) en Morelia, no eran narcos, sino simplemente nacos. Eso, por brutal que parezca, es posible y habita en el despiadado imaginario colectivo de la gente bien de México. Y eso sería peor. Daría aún más miedo.

P.S. A partir de esta semana, queridos cómplices de PSN, este blog migrante se une a la oferta de opinión y participación del portal del canal de televisión V-me. Podrán seguir accediendo al contenido de PSN directamente en esta dirección o desde la página http://blogs.vmetv.com
Gracias a Lucho Sarmiento, Paulo Castrillón y especialmente a Ana Cristina Enríquez, por su invitación y entusiasmo.

Monday, September 15, 2008

PSN, al servicio de la comunidad

Queridos migrantes lectores de PSN,
Ayer recibí este mensaje en mi buzón electrónico y me pareció que lo mejor era compartirlo con ustedes. Es de una chica mexicana en busca de asesoría/consejo/patrocinador para irse a vivir a España. Le he aconsejado visitar el foro del sitio Mexicanos en España, donde estoy seguro encontrará alguien que le eche una mano, pero estoy seguro de que algunos de ustedes también podrán hacerlo. Lean abajo y, si tienen algo que decirle, dejen un mensaje aquí o escríbanme a aruizcamacho@hotmail.com

Gracias de antemano.

Hola, mi nombre es Cintya (sic) Guerrero. Vivo en Cancún, QRoo, actualmente, pero nací en DF. Leí tu blog porque mi novio se va a estudiar a la escuela de Diseño de Madrid en octubre y quiero irme a vivir con él. Ya fui a sacar el pasaporte y tengo dinero suficiente para vivir allá. El problema es que nadie quiere ayudarme.

En el año que quiero estar allá, quiero trabajar porque no sólo me voy por irme, sino para buscar oportunidades. Terminé mi licenciatura en Marketing pero en Cancún no he tenido buenas oportunidades. Me dijeron que busque una persona que viva en España que me dé una carta invitación, pero es obvio que no conozco a nadie allá.

Así (que) como dice tu blog, no quiero ser de las personas ilegales, pero de otra manera, ¿cómo le hago? Las personas no quieren contratarme por Internet. Además, tengo dinero para rentar junto con mi novio, o aparte, un departamento.

Por favor, oriéntame. Quisiera irme de ser posible el día 6 de octubre con él. Gracias por ayudarme. Necesito nuevas oportunidades y experiencias.

Tuesday, September 2, 2008

La nostalgia y el inicio



Llegar una nueva ciudad implica, entre muchas otras cosas propias del lugar común, enfrentarse a una pregunta constante que se va disolviendo con el paso de los días; con el ajuste: ¿pertenezco a este lugar? ¿Me reflejo en la gente que me rodea? ¿Estas calles pueden convertirse en mis calles?

Hay lugares difíciles de domesticar. Para mí la ciudad de México fue un hueso duro de roer; supongo que cualquier ciudad grande lo es si uno tiene 18 años y nunca ha salido de una ciudad pequeña. De hecho, luego de diez años de vivir (intensamente) en la ciudad de México, cuando la dejé, en agosto de 2001, tenía la sensación de marcharme de ahí con una lista de pendientes. Ya no tengo esa sensación, no sé si porque he madurado (horrendo y absurdo término) o porque he terminado por entender que las relaciones que uno inicia con las ciudades que se convierten en su hogar nunca terminan, aunque uno deje de vivir en ellas.

Hay otros sitios que le caen a uno como anillo al dedo desde el primer día y por los que uno siente amor a primera vista. Eso me pasó a mí con Austin. Recuerdo perfectamente el día que entré a la ciudad por el puente de Congress, vi el río Colorado a cada lado y el Capitolio al fondo, y sólo pensé: wow. Don't get me wrong. Austin no es una ciudad grande y espectacular a la manera de Nueva York; no es una de las capitales del mundo y llegar a ella en avión es un despelote, pero es un sitio único y yo me enamoré de ella desde el primer día que la vi.

Sentir nostalgia por lo que uno va dejando atrás es un síntoma inequívoco de la novedad que arrastran las mudanzas. Aunque lo que uno haya abandonado sea abonimable, se extraña a veces. A mí me costó poco más de dos años dominar las ganas locas de volver a la ciudad de México a pesar de mi convencimiento de que no quería vivir ahí. Pasada la nostalgia irracional, me reconcilié con el Distrito Federal que siempre amé y que no sólo ya no existe, sino que nunca volverá a existir, porque es en realidad la versión (o la deformación) de ese lugar que acarreo dentro de mí para todos lados.

Ahora que llevo dos semanas exactas de vivir en el norte de California, en Palo Alto concretamente, estoy extrañando Austin. Estoy comparándola con lo que veo aquí todos los días. Y si quieren saber cuáles son las conclusiones que saco a cada momento, se quedarán con las ganas, porque si las comparto aquí con ustedes les habré arruinado la fiesta del morbo, que a todos siempre nos apetece satisfacer.

Lo curioso es que cuando uno se pone a comparar el sitio de partida con el de llegada en los primeros días de la mudanza, la comparación es injusta y la ecuación, forzada. Porque uno en realidad compara el sitio real que ya vivió y que, a la luz de la distancia uno ha comenzado a idealizar, con el de llegada que, en realidad, es irreal, porque uno todavía no lo conoce y porque su rutina está siendo opacada por la imagen idealizada que uno hizo de él cuando apenas aguardaba la llegada. Aquel sitio, por tanto, en realidad no es tan así, y éste tampoco.

Lo más fascinante de este momento que atravieso es que, por vez primera, me enfrento a una mudanza que es, desde el principio, temporal. Sé de antemano y desde ahora que habrá un regreso, o al menos que habrá una mudanza más hacia otro sitio. Una partida. Todo entonces es temporal, todo está detenido por alfileres y uno habrá de cuidarse de no encariñarse con nada, para que no duela dejarlo atrás. Y si resulta que uno odia algo del sitio --las calles, la gente, las leyes, el clima, el sabor del helado-- es un sentimiento dulce, porque uno se regocija desde ahora sabiendo que lo perderá de vista, que ya no existe desde ahora. Esa ambivalencia resultas en un estado de alerta que casi da vértigo, que casi me asusta.


Como posdata final, mi buen amigo Oliver Bernstein de Austin me envió una foto de Las Manitas (que acompaña este post), un lugar representativo en la escena local de la ciudad, que ahora está vacío, pues tendrá que mudarse a otro lugar para dar paso al (enloquecido) proceso de aburguesamiento por el que atraviesa el Downtown de Austin. Es una imagen melancólica para cualquier austiniano de corazón.