Tuesday, March 11, 2008

En recuerdo de Madrid

Hoy se cumplen cuatro años de los atentados terroristas de Madrid. Yo vivía entonces allá y un año después, ya viviendo en Austin, escribí un artículo a propósito del primer aniversario. Han pasado tres años desde entonces pero creo que lo que dije ahí aún tiene vigencia.
La oportunidad de cambiar de lugar de residencia en tres ocasiones me ha enseñado que uno no es de donde nace, sino de donde elige vivir. Uno extraña no su lugar de nacimiento, sino los lugares donde ha sido feliz. Por eso he querido reproducir ese artículo hoy aquí.
P.S. Como video-snack, una canción de Coti cuyo video me hacía sentir en Madrid durante los primeros meses de mi llegada a Austin.



Madrid, hace un año


Los 191 muertos del atentado, muchos de ellos inmigrantes latinoamericanos y de pases de Europa del Este, eran los muertos de todo Madrid.

Antonio Ruiz-Camacho

Madrid es la ciudad más ruidosa que conozco. Los madrileños son gritones irredentos; pueden parecer rudos para las suaves maneras latinoamericanas pero son cercanos y abiertos y viven la vida en voz alta.

Por esa razón el síntoma más evidente del duelo que vivió Madrid en los días posteriores a los atentados del 11 de marzo de hace un año era el silencio en el ambiente. La gente hablaba en voz baja, los gritos desaparecieron del asfalto y el atasco se diluía de las avenidas como si los coches estuvieran embadurnados de aceite. Nadie en Madrid hacía ruido, todas las ventanas se adornaron con moños negros y cuando uno caminaba por las calles viejas del pueblo cosmopolita que es Madrid el silencio dolía.

Viví en Madrid hasta junio del año pasado, viví ahí durante tres años. Me mudé con mi esposa y mi hijo desde la Ciudad de México a un piso alquilado en la calle Guzmán el Bueno del centro de Madrid dos semanas antes de que los aviones se estrellaran contra las torres gemelas de Manhattan.

Recién mudados, en casa no había muebles ni cortinas. Dos horas antes de esos atentados el televisor que compramos en el Corte Inglés había llegado a casa. La televisión estaba en medio del salón porque no estorbaba el paso y en ese sitio tuvimos que dejarla para conectar el cable de corriente desde una pared y el cable de la antena desde la pared contraria para encenderla después de que mi suegra llamara para decirnos: enciendan el televisor, ha habido un accidente en Nueva York.

Pasé el resto del día haciendo dos cosas: viendo la televisión e intentando, sin éxito, llamar a los amigos que tenía en Nueva York para saber cómo estaban. Cuando logré hablar con uno de ellos parecía ausente; no logré entender qué le sucedía hasta que fui yo el que estuvo del otro lado de la línea.

El 11 de marzo es una fecha especial en mi vida, no sólo por los atentados de Madrid. También porque ese día, hoy, es mi aniversario de bodas. Hace un año, cuando las bombas estallaron al interior de los trenes que viajaban rumbo a la estación de Atocha y mataron a 191 personas, yo intentaba sin éxito tomar un autobús rumbo al centro de Madrid para ir primero a comprar el regalo de aniversario para mi esposa, y después dirigirme al trabajo.

El autobús nunca llegó y yo no sabía por qué. Cuando logré tomar un taxi desde la zona de Pozuelo, en el oeste madrileño donde vivía, el conductor tampoco sabía nada porque iba escuchando música, pero el atasco monumental que encontramos al entrar en Madrid nos hizo pensar que algo había pasado. El taxista buscó entonces una estación de noticias; el radial se detuvo ante la voz de una conductora que narraba cómo decenas de ambulancias iban y venían de Atocha cargadas de heridos.

Nadie sabía qué estaba pasando. Bajé del taxi ahí mismo y lo primero que pensé fue en llamar a mi esposa. No lo escuché cuando sonó, pero en el móvil ya tenía un mensaje de ella, angustiada, en el que me decía que habían estallado unos trenes y que por ninguna razón me subiera al metro.

En los días posteriores, una mezcla de rabia y dolor se apoderó de los madrileños, quienes salieron a la calle por millones para repudiar el atentado en la manifestación del viernes 12, la más grande en la historia del terrorismo.

La ciudad y mi visión de ella y de su gente cambiaron para siempre. Paradójicamente, ese atentado destinado a matar y a provocar pánico me hizo caer en la cuenta de que mi relación con Madrid se había profundizado al grado de hacerme sentir en casa. Los 191 muertos del atentado, muchos de ellos inmigrantes latinoamericanos y de países del este de Europa, eran los muertos de todo Madrid y fueron mis muertos; nunca he sentido tanta tristeza como durante los días posteriores al atentado y nunca he sentido a tanta gente triste a mi alrededor.

Con el paso de los días, el silencio se fue rompiendo y los gritos y ruidosos atascos volvieron a aparecer en Madrid. La ciudad volvió a ser un enorme pueblo de gente gritona, pero el silencio de esos días galvanizó su vocación de pueblo abierto, de madre adoptiva.

Desde entonces, Madrid es la casa a la que extraño cuando siento nostalgia y el único íntimo referente que tengo para saber que el terrorismo no me es ajeno. Y que es estéril.

Publicado originalmente en RUMBO el 10 de marzo de 2005

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