Wednesday, March 12, 2008

¿Para qué sirve una green card?



Nada explica mejor las ganas de quedarse a vivir en el gabacho que el deseo de obtener una green card. La típica historia del inmigrante que se casa con una gringa por obtener la residencia es un cliché tan antiguo que Peter Weir (Dead Poets Society) lo llevó a la pantalla en 1990 en una cinta edulcorada que protagonizaron Gérard Depardeiu y Andie McDowell.

A nivel de calle, las andanzas de latinoamericanos y latinoamericanas que se han casado con ciudadanos de este lado de la frontera para obtener la tarjeta verde son tan comunes en las charlas de café en ciudades con grandes concentraciones de hispanos como Houston, como eran, a finales de los 90's, las escabrosas historias sobre secuestros exprés en taxis chilangos en cada-cena-a-la-que-ibas en el DF.

Para quienes el matrimonio por conveniencia no es una opción--es decir, para la inmensa mayoría--obtener la residencia permanente estadounidense es un proceso largo, que lleva demasiado papeleo y al que se puede llegar, si uno no se casa con una gringa o un gringo, mediante sólo ciertos tipos de visas de trabajo o de inversión. Para un representante típico del fenómeno que PSN busca explorar (jóvenes mexicanos con preparación de clase media o media alta) el proceso puede tomar por lo menos dos años desde su inicio y costar entre $5,000 y $10,000.

Pero cuando uno inicia ese proceso, a veces llega a ocurrir lo que, en reflexiones con amigos que han pasado por esa experiencia, hemos dado por llamar el Síndrome de la Green Card (GCS), que consiste básicamente en una inversión mal dirigida de prioridades: la residencia gringa se convierte en un objetivo en sí mismo, no en un medio para alcanzar fines previamente establecidos.

Durante los últimos cuatro años he trabajado en un entorno marcado profundamente por el GCS y conocido gente que, al menos en su pensamiento, llega a plantearse hacer lo que sea en términos laborales con tal de permanecer aquí y poder seguir adelante con su proceso de residencia o de en algún momento iniciarlo, si el trabajo por el que llegaron al gabacho se termina y los deja a ellos en el limbo migratorio.

Ese 'hacer lo que sea' en el que yo confieso me he encontrado también, varía mucho de una persona a otra dependiendo de las prioridades de cada uno. Para unos la prioridad puede ser vivir en un lugar donde su familia se sienta cómoda; para otros, estar en lugar que ofrezca mejores oportunidades de desarrollo profesional. Aunque parezca una contradicción, a veces ambos intereses son excluyentes y, en otras ocasiones, el lugar que ofrece mejores posibilidades de alcanzar ambos objetivos no es necesariamente un lugar en un país desarrollado por el que haya que luchar para alcanzar la estabilidad migratoria.

Quedarse en el gabacho simplemente porque uno ya tiene una green card puede suponer elegir un destino incierto que antes, bajo ninguna circunstancia, uno habría accedido a emprender. Un magnífico ejemplo de esto es la historia de Raúl Jara, un ingeniero peruano que llegó a la Costa Este luego de haber obtenido la residencia en la Lotería de Green Cards que cada año ofrece el Gobierno estadounidense para incentivar la diversidad en el país (sorry guys, but Mexicans and Colombians, for once, are excluded as eligible participants), para encontrarse con una realidad--la del primer mundo--que estaba muy lejos de las visiones idealizadas que tenía del progreso en su natal Perú. La publicó The New Yorker en enero de 2006 y pueden leerla aquí.

¿Estarías dispuesto a cambiar de profesión por una green card? ¿Lo has hecho? ¿Ha valido la pena?