Mudarse a otra ciudad, a otro país, es como morirse un poquito, como renacer. Es tener la oportunidad, única y sin embargo renovable en cada mudanza, de corregir lo que a uno no le gusta de sí mismo, de enmendar los errores que ha cometido en la ciudad en la que vive ahora y de poner tierra de por medio con los fantasmas locales.
Pero también es la posibilidad de perder lo que uno ha ido abonando en este terreno, tal vez de alguna forma nada más. Hay amigos que son para siempre sólo en la medida de la rutina cotidiana; son amigos con los que uno goza las minucias del día a día, pero con los que uno no tendrá nada de qué hablar dentro de unos años, si es que los llega a encontrar de nuevo--por eso me he aburrido tan rápido de Facebook; me parece una máquina de hacer amigos artificiales con gente con la que, aunque uno haya visto muchas veces y tratado mucho en el pasado, tal vez ahora ya no existe.
La distancia, contrario a lo que dice la canción, no es el olvido. Es sólo un acicate, o un disolvente. Mis mejores amigos no viven en la misma ciudad que yo. Uno de ellos, que es como mi hermano y al que conozco desde que teníamos 14 años, y yo sólo hemos vivido en la misma ciudad durante 18 meses; un año en Toluca, en 1988, y seis meses en la ciudad de México, en 1995. Con el resto es algo parecido. Y sin embargo son la gente con la que puedo hablar y sentirme escuchado sin importar que pase el tiempo.
Pero mientras el mundo tiene demasiados lugares interesantes donde vivir alguna vez, cada vez que uno se marcha de una ciudad se va con asignaturas pendientes. A veces uno las deja sin cumplir por miedo, otras por desidia y unas más porque uno así lo ha querido, de forma deliberada. Cuando uno se va de una ciudad, lo hace para siempre, porque aun uno vuelva, el viaje ya lo ha cambiado a uno, y la ciudad ha cambiado también, pese a seguir en el mismo sitio.
De manera que las asignaturas pendientes que uno deja por desidia y al paso del tiempo se convierten en remordimientos, se perpetúan, porque la ciudad ante la que uno queda en deuda dejó de existir en el momento que uno la abandonó. Y para fortuna de quienes detestan las cargas pesadas, ése que dejó asignaturas pendientes al partir, también ha desaparecido. El viaje se ha hecho cargo de él.
1 comment:
Uy, he notado al maestro bloggero muy desavalorinado. ¿O será que se ha puesto introspectivo? No sé, pero siento que necesita una dosis de apapache.
Yo creo que todos los que llevamos los genes del emigrante dentro, tenemos una manera personal de relacinarnos con las mudanzas y los viajes.
Será que usted, maestro bloggero, es primera generación de emigrado, pero cuando se es bisnieta, hija, hermana y madre de emigrantes, una desarrolla una costra y un tercer sentido para esto de los cambios, que lo hacen más llevadero, e incluso me atrevería a decir, que en cierta medida, una anhela que lleguen esos momentos de mutación.
Todo cambio supone una reinvención, pero también hay una parte lúdica. Lo que pasa es que los que vienen de países con una fuerte carga telenovelesca o teleteatrera, lo llevan con más sentimiento. Y claro, una mudanza (aunque sea con fecha de inicio y caducidad conocida) los lleva a replantearse toda su vida.
Pues muy mal, maestro bloggero. No se desavalorine. No se coma tanto el tarro y piense que todo este proceso va unido a un enriquecimiento personal, a una apertura de ojos y kundalinis, a una exposición a nuevas experiencias y nuevas personas.
Así que mucho ánimo, MUCHAS FELICIDADES por el reconocimiento que supone la beca, y (como dirían en mi pueblo de adopción) “a disfrutar, que son dos días”.
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