Wednesday, April 30, 2008

Ibargüengoitia y las migraciones interiores

Imagen tomada de www.fondodeculturaeconomica.com


La Jornada publica hoy, a propósito de la celebración del Día del Niño en México, un adelanto del libro El niño Triclinio y la Bella Dorotea, escrito por Jorge Ibargüengoitia e ilustrado por Magú, que próximamente publicará el Fondo de Cultura Económica.

"El niño Triclinio vivía con su papá, su mamá, y cuatro hermanas. No tenía amigos en la escuela porque sus compañeros de clase se burlaban de él por llamarse Triclinio. Con sus hermanas no jugaba porque ellas eran mayores y tenían novio". Así es como inicia el cuento y ese simple párrafo es suficiente para darnos una probadita de lo que el cuento, escrito en el más puro estilo ibargüengoitiano, nos depara.

Con el paso del tiempo, Ibargüengoitia q.e.p.d. ha ido recibiendo cada vez más y más reconocimiento a su valor literario. No es que antes, ni en vida ni después, no se le hubiera reconocido, pero es verdad que antes era considerado algo así como un escritor menor cuya obra, llena de ironía y provista de una manera de ver la vida en la provincia mexicana tan aguda como conmovedora, no era más que un divertimento. En ese sentido, Ibargüengoitia me recuerda un poco al argentino Osvaldo Soriano, otro underdog de la literatura latinoamericana al que el paso del tiempo le está haciendo justicia.

Sólo como breve disclosure diré que Ibargüengoitia y Soriano son dos de mis escritores no sólo favoritos, sino dos de los culpables de que yo no reprima el deseo de escribir. Siento una especial fascinación por los narradores que son capaces de hacerte sentir acurrucado con sus párrafos, y eso me pasa con ellos dos.

En la obra de Ibargüengoitia, por lo menos en lo que toca a sus novelas, había siempre dos temas recurrentes: la Revolución Mexicana y las escaramuzas del joven provinciano que sale de su pueblo para ver el mundo y, pasado el tiempo, vuelve para descubrir que la provincia es, en realidad, un universo paralelo. Tal vez por eso más de una de sus novelas ocurren en un sitio imaginario, Cuévano, en el también ficticio estado de Plan de Abajo, que se antoja y vive como el estado de Guanajuato pero que podría ser, tal vez, cualquier provincia mexicana.

No sé cómo se perciba esta narrativa a los ojos de un chilango, de un capitalino, pero para alguien que salió de la provincia con un deseo desbocado por ver el mundo, como yo, los parajes y las historias que describe Ibargüengoitia tienen un significado íntimo y casi definitorio. Las migraciones internas, las que nos llevan de las pequeñas ciudades, de los pueblos, a la capital, a la metrópoli, son casi tan significantes en la ruta personal como el cambio de un país a otro. Para mí así fue. Tal vez por eso, cada vez que veo el nombre de Ibargüengoitia vivo de nuevo, en una noticia de prensa o en una página web, no puedo evitar sentir cosquillitas en la panza y dejar que una sonrisa irónica se me plante en la cara.

Cuando salga a la venta El niño Triclinio y la Bella Dorotea corran a comprar dos ejemplares. Uno para ustedes y otro me lo mandan para acá, porque seguro en Texas va a ser difícil de conseguir.

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